DE LA SANGRE Y SUS SIGNIFICADOS
La sangre es el objeto de estudio de la
Hematología Clínica y de otras especialidades médicas, y como hematólogo
clínico, he tenido múltiples ocasiones de estudiar los trastornos de este
tejido vital. Es mi trabajo y lo hago con toda la racionalidad y objetividad
propias del acto médico y científico.
Sin embargo, para los que no son hematólogos,
la sangre es algo más que un frío objeto de estudio. Tiene un aura mística y
arcana que nada tiene que ver con la especialidad médica. Es símbolo de vida y
de muerte; de fecundidad y de agostamiento de la vida; y para bien o para mal,
el tener una enfermedad de la sangre para muchos significa que su propia vida
está en entredicho; que quizá su sangre está “sucia” (y con ello, toda su
persona); que quizá su “sangre” (en el sentido genealógico) está condenada por
las faltas de sus ancestros. Y es que los mitos y leyendas tejidos alrededor de
la sangre son tantos que explican esta postura. Y creo que vale la pena revisar
esos mitos y leyendas, que resuenan en el inconsciente colectivo de los grupos
humanos como un sueño particularmente vívido (alguna vez leí que “los mitos son
los sueños de los pueblos, y los sueños de los pueblos se vuelven mitos”) que
afecta nuestra conducta (para comenzar, la de los estudiantes de Medicina Humana
que ven a la Hematología como una especialidad abstrusa, complicada como ella
sola, quizá justamente por esa reverberación de los mitos y leyendas en su inconsciente).
Ésta no pretende ser una revisión exhaustiva ni
mucho menos de los mitos de la sangre; solo de los que quizá conozco más y que
considero tienen una peculiar importancia para entender el simbolismo de la
sangre.
LA SANGRE COMO ORIGEN
La sangre es símbolo de vida, y a veces, la
vida misma. Mitos cosmogónicos asociados a la sangre hay en varias culturas,
como la babilónica (el mito de Tiamat, monstruo primigenio femenino, que generó
con un demonio, Kingu, a una tropa de
demonios vencida por Marduk, el cual derramó la sangre de Kingu en la
tierra y así fueron creados los hombres), la nórdica (la sangre del gigante
Ymir crea el océano), y la griega (cuando Cronos, ataca a su padre, el dios
Urano, y le cercena los testículos, la sangre que cae en la tierra genera a las
Erinias, los Gigantes y la Ninfas de los Fresnos o “Melíadas, y la combinación de
la sangre y el semen que caen en el mar generan a la diosa Afrodita)
LA SANGRE COMO VEHÍCULO DE
VIDA
El hecho de que la sangre se convierte en
símbolo de la vida abre las puertas a la especulación de que la sangre es
vehículo de la misma vida, incluso de que la sangre confiere las
características propias de la persona. Quizá el más célebre episodio al
respecto sea la “Institución de la Eucaristía” según la liturgia de los
cristianos católicos (“Esta copa es la alianza nueva, sellada con mi sangre,
que va a ser derramada por ustedes”: Lucas 22,20) Aunque últimamente más
mediáticamente famosos los vampiros –que, al sorber la sangre de un ser vivo,
mantienen vital su cuerpo ya muerto, por eso se les llama “no-muertos”- y la
leyenda de la Condesa Sangrienta Elizabeth Bathory (que se bañaba en sangre
humana para mantenerse joven, así como beber sangre de las heridas abiertas de
sus víctimas). También la prohibición judeo-musulmana de prohibir el consumo de
sangre como alimento (Levítico 17,11: “porque la vida del ser mortal está en su
sangre”)
LA SANGRE COMO TRANSMISORA DE
LA ESENCIA DE LA PERSONA
La sangre como “esencia” se revela en mitos
como el de la Hidra de Lerna (cuya sangre resulta ser venenosa –símbolo de la
maldad del monstruo-, incluso luego de muerta la Hidra, a tal punto que las
heridas que causaban las flechas de Heracles empapadas en la sangre de la Hidra
no curaban, siendo su amigo Filoctetes una víctima de éstas flechas, las cuales
eran indispensables para que el ejército griego que sitiaba Troya se alzase con
el triunfo). La esencia de la sangre, en un caso diametralmente opuesto al de
la Hidra, esto es, esencia de “santidad”, se verifica en el tradicional (pero
no reconocido oficialmente por la Iglesia Católica) milagro de la licuefacción
de la sangre de San Genaro, santo de la ciudad de Nápoles, que indicaría que la
santidad de la vida de este hombre hace que su sangre coagulada (sangre
“muerta”) se licúe (sangre “viva”) como signo de su santidad. Y saliendo de lo
mítico y místico, cuando alguien hace gala de una habilidad innata, se dice
usualmente que dicha habilidad la “lleva en la sangre”. O como en el caso de
las “noblezas de sangre” de los diversos sistemas feudales y monárquicos del
mundo, en los cuales se creía que la “nobleza” de la persona se transmitía por
virtud de ser miembro de una Familia o Casa determinada (concepto finamente
parodiado por Julio Ramón Ribeyro en su cuento “El Marqués y los gavilanes”)
LA SANGRE COMO SÍMBOLO DE
MUERTE Y DE VIDA – ENSUCIARSE CON SANGRE Y LAVAR CON SANGRE
Cuando una persona asesina a otra (un “crimen
de sangre”), se dice que “tiene las manos manchadas de sangre” (así el
asesinato haya sido sin ensuciarse las manos, literalmente); una famosa
referencia es cuando Caín, luego del asesinato de su hermano Abel (sí, de nuevo
la Biblia) es confrontado por Dios y Dios le dice que “la sangre de sus hermano
clama desde la tierra hasta donde Él está” (Génesis 4,13); o en la trilogía “La
Orestíada”, donde Orestes –asesino de su madre en venganza “legítima” por el
asesinato de su padre- es perseguido por las Erinias (curiosamente, éstas nacen
también de la sangre) a razón de que “la sangre de su madre clama venganza”. Y
aunque paradójico, una de las más curiosas relaciones de la sangre con la
“esencia” es que la sangre pueda “lavar”… se observa esto en el libro del
Apocalipsis, cuando los “santos” lavan sus ropas “en la sangre del Cordero”
(que es en este caso un símbolo de la divinidad que da vida– Apocalipsis 7,13-14),
en varios ritos religiosos donde la sangre de los animales sacrificados era un
vehículo para “limpiar” los pecados (Levítico 17,11: “Yo les di la sangre como
un medio para rescatar su propia vida, cuando la ofrecen en el altar, pues la
sangre ofrecida vale por la vida del que la ofrece”) –y la derivación cristiana
última en la figura del sacrificio de Jesucristo que se ofrece por toda la
humanidad: “un sacrificio único y definitivo” (Hebreos 10,12) - y en la coloquial expresión “esto se lava con
sangre” (aludiendo a que una ofensa solo puede ser solucionada mediante un
derramamiento de sangre, esta vez, adversativamente al anterior ejemplo, como
símbolo de muerte)
Los cirujanos, cuando se refieren al “lugar de
los hechos” (es decir, la zona operatoria), hablan de la importancia del “lecho
cruento” en el éxito de la técnica operatoria. ¿Y de qué va ese “lecho
cruento”? Pues de que la zona operatoria tenga que estar bien perfundida, pues
lo de “cruento” hace alusión a la sangre. Y de allí el término de “cruel”, o
sea, de aquel que goza derramando sangre. Como la tristemente famosa María
Tudor, más conocida como “Bloody Mary” (o sea, María la Cruel, o la
“Sangrienta”) en alusión a los numerosos ajusticiamientos de protestantes que
se dieron durante su reinado (y el imaginario popular ha creado una mezcla
alcohólica de ese nombre por el color que le confiere el jugo de tomate)
LA SANGRE COMO SÍMBOLO DE
FERTILIDAD Y DE ESTERILIDAD
Es bien sabido que,
en la antigüedad, muchos ritos de fertilidad de varias culturas (los mayas son
bien conocidos por ello) implicaban el sacrificio y derramamiento de sangre de
personas, para garantizar la fertilidad en bien de la comunidad (el sacrificio
de unos cuantos en bien de la comunidad). Contrariamente a esta visión, y
nuevamente en la Biblia, la sangre de Abel, derramada en la tierra, maldice a
Caín, tornándola estéril (Génesis 4.12: “Cuando cultives la tierra, no te dará
frutos”), como símbolo del enfrentamiento primitivo entre
cazadores/recolectores (Abel) y agricultores (Caín)
Llama la atención
que la sangre menstrual sea considerada símbolo de impureza, y que las mujeres
que menstrúan o dan a luz deben alejarse de los sembríos, so pena de tornarlos
estériles. El antropólogo Marvin Harris señala que esa postura es común en
culturas machistas, aunque no explica bien el punto. Yo sospecho que tiene que
ver con el hecho de que, si un hombre tiene relaciones sexuales con una mujer,
y ésta de todos modos menstrúa, pues es malo (signo de infertilidad masculina,
la cual puede llevar con su sangre a cultivos fértiles, tornándolos
infértiles). Y nuevamente, como imagen contradictoria, la sangre de la virgen
es más que deseable al momento de su primer encuentro sexual (aquí la ciencia
es categórica: el sangrado de la virgen producto de la ruptura del himen no es
constante, y a veces la sangre vertida
era la de la mujer como consecuencia de las iras del marido al creerse
burlados); a este respecto, Felipe D’Angell (el entrañable Sofocleto) glosa en
su obra “La Sábana de Abajo”: “Como Chita [apodo
que en esta obra alude al hombre] era una bestia que quería ver sangre,
pues Filomena [apodo que en esta obra
alude a la mujer] le hizo ver sangre” (haciendo alusión a las técnicas
reales y ficticias por las que se simulaba el sangrado del desvirgamiento)
LA SANGRE COMO SÍMBOLO DE
VIRTUD – EL COLOR DE LA SANGRE
La sangre es roja
por el pigmento hemoglobínico, y es algo bien conocido desde la antigüedad.
Aristóteles habla de temperamentos de los humanos en base a los “humores”
predominantes, y uno de ellos es el “sanguíneo”, cuyo color representativo es
el rojo. Y así, Felipe Pinglo, en su famoso vals “El Plebeyo” señala que “mi
sangre, aunque plebeya, también tiñe de rojo”, en alusión a la virtud
intrínseca del ser humano, independiente de los factores
socio-económicos-culturales. Curiosamente a esto se opone el famoso concepto de
la “sangre azul” propia de los nobles, concepto derivado de que –sobre todo en
el caso de las damas-, ya que la nobleza europea no se sometía al castigo de la
luz solar (como sí los labriegos), su piel se tornaba excesivamente blanca, y
las venas –de color azul- eran más visibles que en personas de piel tostada
(como los labriegos), por lo que la sangre que corría en sus venas no era ya
roja, sino azul. Y aún en el siglo XXI se sigue hablando de la “sangre azul”,
más ligada a factores económicos y de status social que de ascendencia
familiar.
Espero que esta
disquisición filosófico-cultural acerca de la sangre haya sido de su agrado, y
en las siguientes entradas estaré incidiendo en la Hematología Clínica
propiamente dicha, con un pequeño grano de filosofía quizá. Gracias por su
atención.
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