domingo, 11 de noviembre de 2012

Para comenzar...


DE LA SANGRE Y SUS SIGNIFICADOS
La sangre es el objeto de estudio de la Hematología Clínica y de otras especialidades médicas, y como hematólogo clínico, he tenido múltiples ocasiones de estudiar los trastornos de este tejido vital. Es mi trabajo y lo hago con toda la racionalidad y objetividad propias del acto médico y científico.
Sin embargo, para los que no son hematólogos, la sangre es algo más que un frío objeto de estudio. Tiene un aura mística y arcana que nada tiene que ver con la especialidad médica. Es símbolo de vida y de muerte; de fecundidad y de agostamiento de la vida; y para bien o para mal, el tener una enfermedad de la sangre para muchos significa que su propia vida está en entredicho; que quizá su sangre está “sucia” (y con ello, toda su persona); que quizá su “sangre” (en el sentido genealógico) está condenada por las faltas de sus ancestros. Y es que los mitos y leyendas tejidos alrededor de la sangre son tantos que explican esta postura. Y creo que vale la pena revisar esos mitos y leyendas, que resuenan en el inconsciente colectivo de los grupos humanos como un sueño particularmente vívido (alguna vez leí que “los mitos son los sueños de los pueblos, y los sueños de los pueblos se vuelven mitos”) que afecta nuestra conducta (para comenzar, la de los estudiantes de Medicina Humana que ven a la Hematología como una especialidad abstrusa, complicada como ella sola, quizá justamente por esa reverberación de los mitos y leyendas en su inconsciente).
Ésta no pretende ser una revisión exhaustiva ni mucho menos de los mitos de la sangre; solo de los que quizá conozco más y que considero tienen una peculiar importancia para entender el simbolismo de la sangre.
LA SANGRE COMO ORIGEN
La sangre es símbolo de vida, y a veces, la vida misma. Mitos cosmogónicos asociados a la sangre hay en varias culturas, como la babilónica (el mito de Tiamat, monstruo primigenio femenino, que generó con un demonio, Kingu, a una tropa de  demonios vencida por Marduk, el cual derramó la sangre de Kingu en la tierra y así fueron creados los hombres), la nórdica (la sangre del gigante Ymir crea el océano), y la griega (cuando Cronos, ataca a su padre, el dios Urano, y le cercena los testículos, la sangre que cae en la tierra genera a las Erinias, los Gigantes y la Ninfas de los Fresnos o “Melíadas, y la combinación de la sangre y el semen que caen en el mar generan a la diosa Afrodita)
LA SANGRE COMO VEHÍCULO DE VIDA
El hecho de que la sangre se convierte en símbolo de la vida abre las puertas a la especulación de que la sangre es vehículo de la misma vida, incluso de que la sangre confiere las características propias de la persona. Quizá el más célebre episodio al respecto sea la “Institución de la Eucaristía” según la liturgia de los cristianos católicos (“Esta copa es la alianza nueva, sellada con mi sangre, que va a ser derramada por ustedes”: Lucas 22,20) Aunque últimamente más mediáticamente famosos los vampiros –que, al sorber la sangre de un ser vivo, mantienen vital su cuerpo ya muerto, por eso se les llama “no-muertos”- y la leyenda de la Condesa Sangrienta Elizabeth Bathory (que se bañaba en sangre humana para mantenerse joven, así como beber sangre de las heridas abiertas de sus víctimas). También la prohibición judeo-musulmana de prohibir el consumo de sangre como alimento (Levítico 17,11: “porque la vida del ser mortal está en su sangre”)
LA SANGRE COMO TRANSMISORA DE LA ESENCIA DE LA PERSONA
La sangre como “esencia” se revela en mitos como el de la Hidra de Lerna (cuya sangre resulta ser venenosa –símbolo de la maldad del monstruo-, incluso luego de muerta la Hidra, a tal punto que las heridas que causaban las flechas de Heracles empapadas en la sangre de la Hidra no curaban, siendo su amigo Filoctetes una víctima de éstas flechas, las cuales eran indispensables para que el ejército griego que sitiaba Troya se alzase con el triunfo). La esencia de la sangre, en un caso diametralmente opuesto al de la Hidra, esto es, esencia de “santidad”, se verifica en el tradicional (pero no reconocido oficialmente por la Iglesia Católica) milagro de la licuefacción de la sangre de San Genaro, santo de la ciudad de Nápoles, que indicaría que la santidad de la vida de este hombre hace que su sangre coagulada (sangre “muerta”) se licúe (sangre “viva”) como signo de su santidad. Y saliendo de lo mítico y místico, cuando alguien hace gala de una habilidad innata, se dice usualmente que dicha habilidad la “lleva en la sangre”. O como en el caso de las “noblezas de sangre” de los diversos sistemas feudales y monárquicos del mundo, en los cuales se creía que la “nobleza” de la persona se transmitía por virtud de ser miembro de una Familia o Casa determinada (concepto finamente parodiado por Julio Ramón Ribeyro en su cuento “El Marqués y los gavilanes”)
LA SANGRE COMO SÍMBOLO DE MUERTE Y DE VIDA – ENSUCIARSE CON SANGRE Y LAVAR CON SANGRE
Cuando una persona asesina a otra (un “crimen de sangre”), se dice que “tiene las manos manchadas de sangre” (así el asesinato haya sido sin ensuciarse las manos, literalmente); una famosa referencia es cuando Caín, luego del asesinato de su hermano Abel (sí, de nuevo la Biblia) es confrontado por Dios y Dios le dice que “la sangre de sus hermano clama desde la tierra hasta donde Él está” (Génesis 4,13); o en la trilogía “La Orestíada”, donde Orestes –asesino de su madre en venganza “legítima” por el asesinato de su padre- es perseguido por las Erinias (curiosamente, éstas nacen también de la sangre) a razón de que “la sangre de su madre clama venganza”. Y aunque paradójico, una de las más curiosas relaciones de la sangre con la “esencia” es que la sangre pueda “lavar”… se observa esto en el libro del Apocalipsis, cuando los “santos” lavan sus ropas “en la sangre del Cordero” (que es en este caso un símbolo de la divinidad que da vida– Apocalipsis 7,13-14), en varios ritos religiosos donde la sangre de los animales sacrificados era un vehículo para “limpiar” los pecados (Levítico 17,11: “Yo les di la sangre como un medio para rescatar su propia vida, cuando la ofrecen en el altar, pues la sangre ofrecida vale por la vida del que la ofrece”) –y la derivación cristiana última en la figura del sacrificio de Jesucristo que se ofrece por toda la humanidad: “un sacrificio único y definitivo” (Hebreos 10,12) - y en  la coloquial expresión “esto se lava con sangre” (aludiendo a que una ofensa solo puede ser solucionada mediante un derramamiento de sangre, esta vez, adversativamente al anterior ejemplo, como símbolo de muerte)
Los cirujanos, cuando se refieren al “lugar de los hechos” (es decir, la zona operatoria), hablan de la importancia del “lecho cruento” en el éxito de la técnica operatoria. ¿Y de qué va ese “lecho cruento”? Pues de que la zona operatoria tenga que estar bien perfundida, pues lo de “cruento” hace alusión a la sangre. Y de allí el término de “cruel”, o sea, de aquel que goza derramando sangre. Como la tristemente famosa María Tudor, más conocida como “Bloody Mary” (o sea, María la Cruel, o la “Sangrienta”) en alusión a los numerosos ajusticiamientos de protestantes que se dieron durante su reinado (y el imaginario popular ha creado una mezcla alcohólica de ese nombre por el color que le confiere el jugo de tomate)
LA SANGRE COMO SÍMBOLO DE FERTILIDAD Y DE ESTERILIDAD
                Es bien sabido que, en la antigüedad, muchos ritos de fertilidad de varias culturas (los mayas son bien conocidos por ello) implicaban el sacrificio y derramamiento de sangre de personas, para garantizar la fertilidad en bien de la comunidad (el sacrificio de unos cuantos en bien de la comunidad). Contrariamente a esta visión, y nuevamente en la Biblia, la sangre de Abel, derramada en la tierra, maldice a Caín, tornándola estéril (Génesis 4.12: “Cuando cultives la tierra, no te dará frutos”), como símbolo del enfrentamiento primitivo entre cazadores/recolectores (Abel) y agricultores (Caín)
                Llama la atención que la sangre menstrual sea considerada símbolo de impureza, y que las mujeres que menstrúan o dan a luz deben alejarse de los sembríos, so pena de tornarlos estériles. El antropólogo Marvin Harris señala que esa postura es común en culturas machistas, aunque no explica bien el punto. Yo sospecho que tiene que ver con el hecho de que, si un hombre tiene relaciones sexuales con una mujer, y ésta de todos modos menstrúa, pues es malo (signo de infertilidad masculina, la cual puede llevar con su sangre a cultivos fértiles, tornándolos infértiles). Y nuevamente, como imagen contradictoria, la sangre de la virgen es más que deseable al momento de su primer encuentro sexual (aquí la ciencia es categórica: el sangrado de la virgen producto de la ruptura del himen no es constante, y  a veces la sangre vertida era la de la mujer como consecuencia de las iras del marido al creerse burlados); a este respecto, Felipe D’Angell (el entrañable Sofocleto) glosa en su obra “La Sábana de Abajo”: “Como Chita [apodo que en esta obra alude al hombre] era una bestia que quería ver sangre, pues Filomena [apodo que en esta obra alude a la mujer] le hizo ver sangre” (haciendo alusión a las técnicas reales y ficticias por las que se simulaba el sangrado del desvirgamiento)
LA SANGRE COMO SÍMBOLO DE VIRTUD – EL COLOR DE LA SANGRE
                La sangre es roja por el pigmento hemoglobínico, y es algo bien conocido desde la antigüedad. Aristóteles habla de temperamentos de los humanos en base a los “humores” predominantes, y uno de ellos es el “sanguíneo”, cuyo color representativo es el rojo. Y así, Felipe Pinglo, en su famoso vals “El Plebeyo” señala que “mi sangre, aunque plebeya, también tiñe de rojo”, en alusión a la virtud intrínseca del ser humano, independiente de los factores socio-económicos-culturales. Curiosamente a esto se opone el famoso concepto de la “sangre azul” propia de los nobles, concepto derivado de que –sobre todo en el caso de las damas-, ya que la nobleza europea no se sometía al castigo de la luz solar (como sí los labriegos), su piel se tornaba excesivamente blanca, y las venas –de color azul- eran más visibles que en personas de piel tostada (como los labriegos), por lo que la sangre que corría en sus venas no era ya roja, sino azul. Y aún en el siglo XXI se sigue hablando de la “sangre azul”, más ligada a factores económicos y de status social que de ascendencia familiar.

                Espero que esta disquisición filosófico-cultural acerca de la sangre haya sido de su agrado, y en las siguientes entradas estaré incidiendo en la Hematología Clínica propiamente dicha, con un pequeño grano de filosofía quizá. Gracias por su atención.

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