jueves, 15 de noviembre de 2012

San Jorge y el Dragón

Mi trabajo como hematólogo incluye la hematología oncológica. No es mi parte favorita, y definitivamente no me entusiasma, pero como siempre digo, "viene con el paquete" de la especialidad, así que, a hacerle frente con valor y ánimo. Hace unos años, una interna de Medicina (ahora colega) me preguntó cómo era que podía permanecer aparentemente incólume frente al dolor de una enfermedad tan cruel y difícil como una leucemia aguda; ella hacía poco que había perdido un ser querido por causa de esa enfermedad. Y le conté la historia de San Jorge y el Dragón como la sabía. Reconozco mi ignorancia, porque lo que cuento no es exactamente la versión ortodoxa, pero mi versión modificada me sirve para responder la pregunta de esta colega de la que tengo gratos recuerdos: "Un reino sufrió la invasión de un dragón, que mataba gente y devastaba los campos. Los caballeros con armadura acudían a combatirlo, y morían en el intento. Un día, un caballero más se presentó a darle combate al dragón; no era aparentemente mejor que los demás. Pero lo venció, porque no era uno más: era SAN Jorge". Y mi respuesta, luego de relatar esa versión muy personal del cuento, es: "Mi trabajo consiste en preparar el camino a San Jorge. Yo no voy a vencer al dragón [léase "el cáncer" o "la leucemia"], y no sé si San Jorge vendrá esta vez a vencerlo. Yo solo se que debo prepararle el camino. Y con eso me siento satisfecho, y aunque lamento la muerte de una persona, sé que hice todo lo que pude para evitar su muerte. Pero no siempre se ganan todas las batallas". Así que... eso. Espero que no suene demasiado cínico. Pero como me dijo una paciente: "Doctor, cuídese, porque si no, después, quién nos cuida". Y no me puedo dar el lujo de perder la ecuanimidad al pelear contra una enfermedad que, como el dragón del cuento, lo más probable es que me coma. Pero le daré la batalla y no le daré gusto así nomás. Sirva esta entrada para manifestar mi homenaje a todos los pacientes de mi hospital a los que tuve el privilegio de atender por esa terrible enfermedad llamada leucemia aguda, y que ya no están más con nosotros, porque de la experiencia de atenderlos puedo atender mejor a otros. No cito nombres para no herir sensibilidades, pero muchos de mis colegas y ex-internos de Medicina de mi centro de trabajo saben de quiénes hablo. Que donde sea que estén, estén en paz. Al menos sé que la mayoría murió en paz. Y eso, insisto, me satisface. Así San Jorge no haya llegado esta vez.

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